Domingo en una aldea rumana

El domingo nos llevan de excursión a una aldea. Vamos a ver la región de Maramureș en su versión más auténtica.

No todo va a ser estudiar el artículo genitivo o qué pronombre de cortesía hay que usar en cada caso. El domingo nos llevan de excursión a una aldea. Vamos a ver la región de Maramureș en su versión más auténtica.

Después de un rato en el autobús, nos damos cuenta de que el aire acondicionado tiene un problema: condensa agua dentro de la cabina y se está acumulando. En las curvas bruscas, el agua se desborda y cae sobre un asiento. Avisamos a los organizadores. Nada que hacer. Mejor evitamos la zona de precipitaciones.

Después de una hora de autobús, llegamos a la aldea. Varias familias nos esperan dispuestas a enseñarnos la Rumanía rural. Nos distribuyen por parejas y al chico polaco B. y a mí nos toca ir juntos. Nuestra familia está formada un matrimonio mayor y su hija, maestra en el pueblo. Ella está evidentemente orgullosa de sus tradiciones. En esta zona, el traje típico que lleva es todavía el traje de los domingos. La valla de su parcela tiene una puerta con tallas en madera de motivos estilizados: el árbol de la vida, círculos solares. Alguno de ellos no desentonaría en un arca del Pirineo. La familia nos ofrece su hospitalidad: el aguardiente local horincă acompañado de trocitos de tocino para proteger el estómago. Lo pruebo y veo que la graduación es más alta de lo que soporto. Me limito a una cantidad cortés. B., en cambio, demuestra más cortesía que yo y pide repetir. Varias veces. Pasa a la exaltación de la amistad entre rumanos y polacos. La lleva a la práctica invitando a la joven de la familia a bailar los pasos que hemos aprendido durante la semana. No le importa que no haya música. Ella acepta con una sonrisa y él demuestra su aprecio. Su aprecio por la horincă. Pido perdón en nombre del resto de la humanidad.

Salimos para reunirnos con el resto del grupo de estudiantes. Algunos han aceptado vestirse con los trajes típicos. Mis compañeras están encantadas con las blusas blancas bordadas y los delantales a rayas rojas y negras. Nos ofrecen unas explicaciones sobre la vida en la aldea y un poco de música tradicional. Comemos y bebemos en un espacio abierto de la aldea. Alguno bebe y come, por ese orden.

Llega el momento de la despedida. Recuperamos nuestra ropa de confección masiva y volvemos al autobús. Nos avisan de que pararemos en un sitio donde, desafiando la gravedad, una lata de bebida rodaría cuesta arriba. Me cuesta creerlo. El autobús se arrima al costado y me doy cuenta de que estamos en un carril sin arcén entre dos cambios de rasante. Bajo y paso al prado de la carretera para estirar las piernas o, más bien, para sobrevivir al impacto cuando el siguiente vehículo nos encuentre allí plantados. Alguien se dispone a demostrar el efecto. Me acerco para verificar si es una ilusión óptica o qué. No lo es, la lata rueda cuesta abajo respetando las leyes de la física mejor que nuestro autobús respeta el código de circulación rumano.

Seguimos camino por carreteras de montaña. B. sigue encantado de su encuentro con la horincă. Desgrana algunas canciones de la tradición de Maramureș que nos han enseñado. Cuando la letra se acaba, improvisa describiendo en verso libre cómo se siente. Le piden que se calle. Asiente y se tranquiliza unos minutos antes de volver a cantar. Compensa algunos fallos de gramática subiendo el volumen.

En una cuesta, el autobús se vuelve a detener. Algún tipo de avería que el conductor no puede arreglar. Tras varios minutos, nos dicen que alguien va a traer un bidón con gasóleo desde la base. Descendemos y nos repartimos por un prado. A unos metros hay almiares. Más allá, los valles y montes verdes de los Cárpatos. Realmente bonitos. A B. lo sublime del paisaje no le deja sin habla precisamente. Para más tipismo, llega un rebaño con su pastor. El pastor nos oye hablar español y entabla conversación con S. Más tarde, S. me cuenta que el pastor, más que español, habla catalán, leridano para más detalle. Había estado trabajando en Cataluña antes de volver a su tierra. No habrá quedado tan satisfecho porque le ha propuesto matrimonio a S., que no ha aceptado.

Reflexiono sobre cómo este día resume mi experiencia de Rumanía: hospitalidad, tradiciones, el campo, emigración, chapuza, naturaleza. B., que sigue cantando, me hace revisar mis prejuicios sobre los polacos para añadir otros nuevos.

Tras más de una hora, el gasóleo llega y podemos volver al hotel.

El lunes, en clase, la profesora nos pregunta por nuestra excursión. Ha oído que alguien ha bebido más de la cuenta. B. declara impasible que solo ha bebido “agua del pozo”. Río tan sin control que tengo que salir del aula para que la clase pueda seguir.

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