Enseñar a tu sustituto

Mateo le enseña a Lucas la tabla de caídas. Sabios británicos calcularon qué longitud de cuerda hay que dejar para que el peso del cuerpo rompa el cuello del condenado. Demasiada larga y le arrancará la cabeza. Demasiado corta y la soga lo estrangulará durante varios minutos. Lo mejor es una sacudida que lo mate lo antes posible. Se trata de justicia, no venganza; o así se justifican.

Mateo le recomienda que se fije en las notas manuscritas en la tabla. La experiencia le había enseñado que esos sabios británicos no siempre acertaban. No todo estaba calculado. Aquella mujer menuda capaz de asesinar a su hijastro, o el soldado de la guardia presidencial, elegido por su imponente estatura más que por su lealtad, hicieron que el verdugo tuviera que extrapolar y sumar o restar unos centímetros guiado por su intuición. Lo imprevisto se había hecho algún hueco, pero pocas veces había sufrido miradas de desaprobación ante una agonía prolongada.

El viejo verdugo hace hincapié en el nudo. Debe deslizarse de forma que no se atasque. Explica cómo ceñirlo al cuello. Lucas observa con atención, pero cavila si algún día llegará a tratar un ahorcamiento con tanta naturalidad como lo hace Mateo.

A pesar del reglamento, consiguen unos sacos y varios objetos pesados con los que Lucas practica el lanzamiento mientras Mateo corrige los errores. El aprendiz va ganando confianza e intenta absorber todo lo que puede. Su maestro le aconseja cómo solucionar los inconvenientes que pueden surgir sobre la marcha.

Lucas le ha querido explicar que, tras perder su modo de vida en la revolución, uno de sus jefes le había ofrecido el puesto de verdugo. Los nuevos líderes preferían no fiarse de los antiguos carceleros y menos de alguien como Mateo, que había ejecutado a tantos rebeldes. Lucas ya había matado durante los combates y había incluso disparado a sangre fría. Como Mateo, entendía la función de la pena de muerte y se esforzó en desechar cualquier posible repugnancia.


Es el día de la primera ejecución para Lucas. El nuevo verdugo acompaña al reo hasta la base del patíbulo. Allí Lucas sube las escaleras por delante de Mateo.

Desde el patio, el nuevo vicealcaide ironiza:

– Mira cómo no se lo ha querido perder.

El viejo verdugo se toma un momento para revisar la instalación y la aprueba en silencio. Musita algo que tal vez sea una oración dejando el resto en manos de su sustituto.

Entonces, Lucas ajusta el lazo alrededor del cuello de Mateo como este le había enseñado y abre la trampilla. Mateo cae y muere rápidamente. Ha hecho todo lo posible para que su última ejecución, la suya propia, fuera limpia; por su propio interés, sí, pero también sabiendo que, a su manera, ha reivindicado su buen hacer de años.
Para los demás, el verdugo de la tiranía ha pagado así las muertes que causó. Sin embargo, su sucesor no puede evitar pensar si él le podría acabar de la misma manera.

Domingo en una aldea rumana

El domingo nos llevan de excursión a una aldea. Vamos a ver la región de Maramureș en su versión más auténtica.

No todo va a ser estudiar el artículo genitivo o qué pronombre de cortesía hay que usar en cada caso. El domingo nos llevan de excursión a una aldea. Vamos a ver la región de Maramureș en su versión más auténtica.

Después de un rato en el autobús, nos damos cuenta de que el aire acondicionado tiene un problema: condensa agua dentro de la cabina y se está acumulando. En las curvas bruscas, el agua se desborda y cae sobre un asiento. Avisamos a los organizadores. Nada que hacer. Mejor evitamos la zona de precipitaciones.

Después de una hora de autobús, llegamos a la aldea. Varias familias nos esperan dispuestas a enseñarnos la Rumanía rural. Nos distribuyen por parejas y al chico polaco B. y a mí nos toca ir juntos. Nuestra familia está formada un matrimonio mayor y su hija, maestra en el pueblo. Ella está evidentemente orgullosa de sus tradiciones. En esta zona, el traje típico que lleva es todavía el traje de los domingos. La valla de su parcela tiene una puerta con tallas en madera de motivos estilizados: el árbol de la vida, círculos solares. Alguno de ellos no desentonaría en un arca del Pirineo. La familia nos ofrece su hospitalidad: el aguardiente local horincă acompañado de trocitos de tocino para proteger el estómago. Lo pruebo y veo que la graduación es más alta de lo que soporto. Me limito a una cantidad cortés. B., en cambio, demuestra más cortesía que yo y pide repetir. Varias veces. Pasa a la exaltación de la amistad entre rumanos y polacos. La lleva a la práctica invitando a la joven de la familia a bailar los pasos que hemos aprendido durante la semana. No le importa que no haya música. Ella acepta con una sonrisa y él demuestra su aprecio. Su aprecio por la horincă. Pido perdón en nombre del resto de la humanidad.

Salimos para reunirnos con el resto del grupo de estudiantes. Algunos han aceptado vestirse con los trajes típicos. Mis compañeras están encantadas con las blusas blancas bordadas y los delantales a rayas rojas y negras. Nos ofrecen unas explicaciones sobre la vida en la aldea y un poco de música tradicional. Comemos y bebemos en un espacio abierto de la aldea. Alguno bebe y come, por ese orden.

Llega el momento de la despedida. Recuperamos nuestra ropa de confección masiva y volvemos al autobús. Nos avisan de que pararemos en un sitio donde, desafiando la gravedad, una lata de bebida rodaría cuesta arriba. Me cuesta creerlo. El autobús se arrima al costado y me doy cuenta de que estamos en un carril sin arcén entre dos cambios de rasante. Bajo y paso al prado de la carretera para estirar las piernas o, más bien, para sobrevivir al impacto cuando el siguiente vehículo nos encuentre allí plantados. Alguien se dispone a demostrar el efecto. Me acerco para verificar si es una ilusión óptica o qué. No lo es, la lata rueda cuesta abajo respetando las leyes de la física mejor que nuestro autobús respeta el código de circulación rumano.

Seguimos camino por carreteras de montaña. B. sigue encantado de su encuentro con la horincă. Desgrana algunas canciones de la tradición de Maramureș que nos han enseñado. Cuando la letra se acaba, improvisa describiendo en verso libre cómo se siente. Le piden que se calle. Asiente y se tranquiliza unos minutos antes de volver a cantar. Compensa algunos fallos de gramática subiendo el volumen.

En una cuesta, el autobús se vuelve a detener. Algún tipo de avería que el conductor no puede arreglar. Tras varios minutos, nos dicen que alguien va a traer un bidón con gasóleo desde la base. Descendemos y nos repartimos por un prado. A unos metros hay almiares. Más allá, los valles y montes verdes de los Cárpatos. Realmente bonitos. A B. lo sublime del paisaje no le deja sin habla precisamente. Para más tipismo, llega un rebaño con su pastor. El pastor nos oye hablar español y entabla conversación con S. Más tarde, S. me cuenta que el pastor, más que español, habla catalán, leridano para más detalle. Había estado trabajando en Cataluña antes de volver a su tierra. No habrá quedado tan satisfecho porque le ha propuesto matrimonio a S., que no ha aceptado.

Reflexiono sobre cómo este día resume mi experiencia de Rumanía: hospitalidad, tradiciones, el campo, emigración, chapuza, naturaleza. B., que sigue cantando, me hace revisar mis prejuicios sobre los polacos para añadir otros nuevos.

Tras más de una hora, el gasóleo llega y podemos volver al hotel.

El lunes, en clase, la profesora nos pregunta por nuestra excursión. Ha oído que alguien ha bebido más de la cuenta. B. declara impasible que solo ha bebido “agua del pozo”. Río tan sin control que tengo que salir del aula para que la clase pueda seguir.

Miami, abril de 1991

Tres años haciendo piquete a la entrada del frontón.

Tres años haciendo piquete a la entrada del frontón. En los primeros meses, varias veces Mr. Patterson se hizo el encontradizo conmigo para intentar convencerme de que dejase la huelga, metiendo cuña para separarme de mis compañeros. Que si tú no eres como los otros, que si Manu y Larrus son medio marxistas (a los americanos no les gustan nada los marxistas) y que yo podía quedarme y tener años de carrera y luego de manager. Así muy a su modo de sembrar cizaña, a ver si cuela. Pero las cartas decían otra cosa, que la empresa ya no necesitaba de nosotros y que volviésemos a Euskadi. Lo que aquí llaman el poli bueno y el poli malo.

Intentaron sustituirnos con americanos, jugadores de béisbol que apenas sabían lanzarla por encima de la chapa o aficionados que estaban tan sorprendidos de ver al público como el público de verlos a ellos. Y, claro, el público dejó de ir. Entre la bajada de nivel y nosotros que gritábamos y movíamos las pancartas a la entrada, el jai alai ya no era un sitio para pasar un rato emocionante y ganar unos dólares si había suerte. Hasta el cubano del puro, como nosotros le llamábamos, dejó de ir.

Los de United Auto Workers estaban encantados de recibirnos. La International Jai-Alai Players Association. Los primeros deportistas profesionales en un sindicato general, decían. Nos orientaron y nos daban ánimos. Que los necesitábamos, porque, si hacíamos caso de los dueños, nunca volveríamos a jugar en Estados Unidos. De vuelta a Gernika a ver si encontraba algo, cuando mi hermano me contaba cómo estaba lo del paro.

Los abogados consiguieron que el juez le cortase las alas a los patronos y así seguimos aguantando con nuestros juicios y sus recursos. Mientras, nosotros plantados a la puerta del frontón. Cada uno es cada uno y entiendo que Mickey volviese a la cancha y Agirre cogiese el avión de vuelta después de unos meses. Pero nosotros luchamos por todos y por los que vengan detrás. Los derechos se consiguen luchando y lo que venga te lo echas a la espalda y p’alante, nos decíamos unos a otros.

Ya estoy cansado, todos estamos cansados, los dueños y nosotros. Por eso hemos aceptado, tras la huelga más larga del deporte americano, como dice el Nuevo Herald. No hemos perdido, volvemos a coger la cesta y sacamos 120.000 dólares cada uno. No compensan los tres años. Todavía tengo que calcular cuánto me toca, porque algunos han hecho más piquetes que otros y eso hay que reconocerlo.

¿Mereció la pena? Da miedo pensarlo. Ya casi tengo el brazo derecho como el izquierdo. Tengo ganas de volver a jugar y que los gritos de la gente tapen los golpes de la pelota contra el muro.

Equis, jota, ge

— Nosotros escribimos “México”, con equis, pero allá en España lo escriben también “Méjico”, con jota, ¿no?

— Nosotros escribimos “México”, con equis, pero allá en España lo escriben también “Méjico”, con jota, ¿no?

— Yo escribo “Mégico” con ge.

Lo mató en el acto.


— Sería mucho mejor que escribieses sobre algo importante. Las muertas de Ciudad Juárez, por ejemplo. Es una barbaridad lo que pasa y estaría bien que lo recordases.

— Tienes razón. Qué buena idea. Voy a probarlo.


— Nosotros escribimos “México”, con equis, pero allá en España lo escriben también “Méjico”, con jota, ¿no?

— Yo escribo “Mégico” con ge.

La mató en el acto. En Ciudad Juárez.


— Ni modo contigo.