– No acepto la opinión de sus supuestos expertos. Todo el mundo sabe que en Al-Azhar no se atreven a decir nada que ofenda al gobierno y el viejo general valora demasiado las relaciones con Gran Bretaña.
– Así que ni siquiera estas ocho decisiones de las diferentes escuelas sirven para reconozca el mal que ha hecho.
– ¿Mal? ¿Mal? Algunos me dirían que les he hecho un favor. Hay mucha gente que no está preparada para ser padres.
O’Hara podría citar muchos casos, pero no iba a decir nada que pudiera dar la razón a este loco.
– Además, ya es demasiado tarde. Los virus ya están extendidos por gran parte del mundo. Todo ha sido cuestión de paciencia. Como el agua, que acaba abriendo cañones y tallando acantilados. – El viejo hizo una pausa, satisfecho de compararse con una fuerza de la naturaleza.
– ¿Quién se cree usted para quitarnos nuestro derecho a tener hijos?
– Yo no les he quitado nada. Usted, teniente, y yo sabemos que la solución a su “problema” – marcó con sarcasmo – está en sus manos. O más bien en sus bocas. ¿No cierran sus oídos a la fe? Pues cierren sus bocas. – El maldito estaba encantado consigo mismo.
Ni siquiera el que la explicación de la epidemia de esterilidad hubiese llegado al público estaba sirviendo para recuperar la tasa de natalidad en el Reino Unido y muchos otros países. El hecho de que afectase mucho menos a la comunidad musulmana había hecho que las primeras investigaciones se perdiesen en callejones sin salida. El gobierno había explorado la posibilidad de un ataque biológico contra los rasgos genéticos propios de ciertas etnias. Años perdidos, con muy pocos nacimientos.
Parecía como si Ahmadi le leyese la mente.
– No soy un racista, no como los judíos, que intentaron enviar plagas contra nuestros hermanos árabes. – O’Hara sospechaba que su gobierno había aprovechado lo descubierto al buscar una defensa contra una posible arma biológica antiétnica para preparar las suyas propias. El científico siguió justificándose – Para mí, el color de la piel es solo una defensa contra el sol. Dios nos ve a todos iguales.
– Pero tú no nos ves iguales. – pensó la oficial, mordiéndose la lengua.
El plan había sido ingenioso. En vez de crear sus virus para atacar determinados rasgos genéticos, Ahmadi había hecho que redujeran la fertilidad de óvulos y espermatozoides a partir de un ínfimo nivel de alcoholemia. Por lo que se veía, eliminar la influencia del alcohol en las relaciones sexuales era suficiente para desequilibrar la tasa de natalidad de los grupos étnicos del país. No es que no hubiese musulmanes que le diesen al frasco, pero lo importante era la proporción. El genio loco, como le llamaban en el cuartel, estaba consiguiendo su objetivo de islamización porque la gente no era capaz de renunciar a sus tragos antes de ponerse a traer niños al mundo.